martes, 31 de mayo de 2011

Gene Simmons le da una lección al presidente Obama

Los dilemas de un soldado israelí

El Muro de la Mentira Palestino por David Horowitz

Fácil de entender, difícil de arreglar

Fácil de entender, difícil de arreglar
Marcos Aguinis
Para LA NACION
Lunes 30 de mayo de 2011

Acabo de escuchar una breve exposición de Dennis Prager, célebre experto en asuntos de Medio Oriente, que enseña en cinco idiomas y, además de sus actividades académicas, dirige orquestas de música clásica. Ha participado en innumerables cursos y mesas redondas sobre el conflicto árabe-israelí. Me sorprendió al afirmar que es uno de los más fáciles de entender, aunque difícil de resolver. Prager es también una figura relevante en los diálogos interreligiosos. Lo hizo con católicos en el Vaticano, con musulmanes del golfo Pérsico, con hindúes en la India y con protestantes de diversas denominaciones. Durante diez años, condujo un programa radial con casi todas las creencias del mundo. Se lo respeta como una voz seria, muy informada y ecuánime.

Reconoce que los estudios, debates y cursos sobre el tema crearon la falsa noción de su complejidad. No hay tal cosa, dice. En 1948, Gran Bretaña fue obligada a retirarse de Palestina por el anhelo independentista de los judíos. Previamente, las Naciones Unidas habían votado la partición del territorio en dos Estados: uno árabe y otro judío. Los judíos aceptaron y los árabes no, porque preferían "echar a los judíos al mar" mediante la invasión de siete ejércitos, con el apoyo de la ex potencia mandataria. El resultado de esa guerra fue prodigioso. Aunque el pueblo judío acababa de emerger -muy quebrado- del Holocausto nazi, pudo vencer. Desprovisto casi de armas, abrumado por el ingreso de sobrevivientes enloquecidos, carente de recursos naturales y alimentos, se empeñó en salir adelante. Sus vecinos se negaron a firmar la paz y sólo hubo fronteras de armisticio, provisionales. Después sucedieron nuevas guerras, cuyo propósito respondía al mismo eslogan: "Echar a los judíos al mar".

Israel es más pequeño que la provincia argentina de Tucumán, que el estado norteamericano de Nueva Jersey y que la república de El Salvador. No obstante, su carácter democrático y pluralista lo ha convertido en una espina que hiere a dictaduras y teocracias. En 1967, el dictador egipcio Gamal Abdel Nasser, con el apoyo de Jordania y Siria, inició acciones para demoler al joven Estado. Entre otras medidas, forzó el retiro de las tropas de las Naciones Unidas para poder invadirlo. Israel atacó primero y obtuvo una impresionante victoria en la Guerra de los Seis Días. Fue entonces -recién entonces y bajo circunstancias no deseadas- que la actual Cisjordania, hasta ese momento parte integral de Jordania, pasó a estar bajo control israelí. Durante las casi dos décadas que duró la ocupación jordana, nunca se había propuesto convertirla en un Estado Palestino. Curioso, ¿Verdad? Recién empezó esa demanda cuando la ocupó Israel. Porque el propósito de fondo -la conclusión resulta obvia- no era establecer un Estado Palestino, sino borrar del mapa a Israel, aunque sea arrancándole pedazo tras pedazo. Se puede decir que en esa etapa comenzó el tan publicitado conflicto palestino-israelí. Hasta entonces, era árabe-israelí.

Apenas terminada esa Guerra de los Seis Días, hubo una conferencia de los jefes de Estado árabes en la capital de Sudán, donde se juramentaron los tres noes: No reconocimiento, no negociaciones, no paz con Israel.

¿Qué debía hacer Israel? Todos los caminos estaban cerrados, hasta que un nuevo presidente egipcio, Anwar el-Sadat, se mostró dispuesto a la conciliación. Entonces, Israel le dio la bienvenida y aceptó la fórmula "tierras por paz". Se retiró de la península del Sinaí, dos veces más grande que su propio territorio, dejando a Egipto pozos de petróleo, aeropuertos, carreteras y nuevos centros turísticos. Hasta sacó por la fuerza a los israelíes que habían construido la ciudad de Yamit en el sur de Gaza, para que la devolución fuese completa.

¿Fue apreciado semejante gesto? No. Tras el asesinato del presidente Sadat, Egipto mantuvo una paz fría e incluso produjo programas televisivos antisemitas y antiisraelíes porque -respondía ante los reclamos- allí "se respeta la libertad de expresión"... Más adelante, Yasser Arafat insinuó un acercamiento, saludado enseguida con alborozo por Israel, y se firmaron los Acuerdos de Oslo, que dieron lugar al nacimiento de la Autoridad Nacional Palestina.

En las negociaciones de Camp David, presididas por Bill Clinton, el premier israelí aceptó casi todas las demandas palestinas. Pero Arafat siempre decía que no. Clinton, impaciente, le exigió que hiciera propuestas. Arafat no las hizo. Regresó triunfante -por haber hecho fracasar la conferencia- y lanzó otra Intifada.

Para acercarse a la difícil paz, Israel se retiró de la Franja de Gaza. Allí no quedó un solo judío (sólo uno, Guilad Shalit, que las autoridades palestinas mantienen secuestrado y no permiten siquiera la visita de las Naciones Unidas, entidades de derechos humanos o de beneficencia). Los palestinos tenían la ocasión de poner las bases de un Estado pacífico y venturoso. Pero en lugar de ello, usaron la enorme ayuda internacional que reciben para proveerse de armas, bombas y misiles que usan para asesinar a los israelíes de las localidades vecinas. Si de veras quisieran un Estado exitoso al lado de Israel, esta conducta lo desmiente de forma categórica. Su objetivo mayor es la extinción de Israel. Una consigna elocuente de Hamas (la organización terrorista que controla Gaza) dice: "Nosotros amamos la muerte como los judíos aman la vida". Confirma una clásica declaración de Golda Meir: "Habrá paz cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros".

¿Se puede lograr la paz con quien sólo desea matar al enemigo? Las emisoras de casi todos los países árabes y muchos musulmanes niegan los derechos judíos sobre Israel, incluso reconocidos en el Corán. Palestina (nombre inadecuado, porque se refiere a los filisteos que ocuparon sólo una franja costera) no tuvo jamás un Estado árabe independiente ni un Estado musulmán independiente. En cambio, allí, a lo largo de la historia, se han establecido varios Estados judíos independientes. Israel es el tercero. La trascendencia de ese pequeño territorio se debe a los judíos. Allí consolidaron el monoteísmo, escribieron la Biblia, dieron origen al cristianismo y ahora convirtieron su ínfimo espacio en una potencia tecnológica.

Insiste Dennis Prager en que es irracional culpar a Israel de casi todos los males del mundo. Si llegase un extraterrestre, no comprendería cómo una nación tan pequeña, trabajadora, creativa, estudiosa, democrática y anhelante de paz, pueda ser la causa de tantos conflictos, generadora de tantos males y tantos abusos. ¿No será que la usan de chivo expiatorio? ¿No será que se le tiene demasiada envidia? ¿No será que su ejemplo hace temblar a los totalitarismos? Es curioso que ahora, cuando los pueblos árabes por fin se levantan contra sus tiranos, haya casi desaparecido Israel de las noticias. No la pueden acusar de haber generado la rebelión, aunque existieron intentos y posiblemente se vuelva a ese recurso.

Por último, ¿Qué pasaría si Israel destruyese su armamento y decidiera abandonar la lucha? ¿Qué pasaría si los árabes destruyeran sus armamentos y decidieran abandonar la lucha? Prager responde: en el primer caso, habría una invasión inclemente que convertiría a Israel en una cordillera de cenizas. En el segundo caso, se firmaría la paz el próximo miércoles.
Por lo tanto -cierra Dennis Prager-, el conflicto es difícil de solucionar, pero uno de los más fáciles para comprender.
© La Nacion

jueves, 26 de mayo de 2011

El día de la Nakba y del engaño

El día de la Nakba y del engaño
El mito de los refugiados palestinos es el mayor éxito de la historia moderna; un éxito que es una absoluta impostura. Fueron ellos los que declararon la guerra. Y no existe eso que llaman "derecho al retorno"

Ben Dror Yemini
Elpais.com
27/05/2010

Los palestinos ostentan el título de refugiados desde hace más de seis décadas. Se las han ingeniado para crear su propia narrativa histórica peculiar. Este mito se ha ido inflando como una burbuja, por lo que se hace necesario explotar dicha burbuja y presentar los hechos fehacientes: la población palestina era escasa antes de la primera aliá (ola de inmigración judía sionista), cientos de miles de judíos fueron expulsados también de los países árabes y en ningún lugar del mundo hay precedente alguno sobre el derecho de retorno.
Muchos de los árabes que huyeron se vieron obligados a hacerlo bajo la presión de sus dirigentes.

La Nakba, la historia de los refugiados palestinos, es el mayor éxito de la historia moderna. Un éxito que es una absoluta impostura. Ningún otro grupo de "refugiados" del mundo disfruta de una cobertura mediática global tan amplia. No hay semana en que no haya una conferencia, otra conferencia, en que se trate la triste situación de los palestinos. No hay campus occidental que no dedique innumerables eventos, conferencias, publicaciones, cada año, o cada mes, para recordar a los refugiados palestinos. Se han convertido en la víctima por antonomasia. Desde que los árabes, y entre ellos los palestinos, declararon una guerra de aniquilación contra Israel, el mundo ha sufrido un millón de calamidades, injusticias, separaciones, movimientos de población, actos de genocidio y masacres así como guerras, pero la Nakba de los palestinos ocupa un lugar privilegiado. Un habitante de otra galaxia que visitara el planeta Tierra podría pensar que esta es la mayor injusticia del universo desde la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, hay que reventar esta mentira. Hay que presentar los hechos tal y como son. Hay que develar el engaño.

Los judíos llegaron a la Tierra de Israel, que formaba parte del Imperio Otomano, en sucesivas olas de poca envergadura, incluso antes de la primera aliá. Cabría preguntarse: ¿expulsaron realmente a millones de árabes? Nadie discute que en aquellos años no había "palestinos", ni "Palestina", y tampoco existía una "identidad palestina". Y sobre todo, no existía una frontera real entre los árabes de Siria, Egipto o Jordania. Había un movimiento constante de personas. En los años en que Muhamad Ali y su hijo conquistaron estas tierras, desde 1831 hasta 1840, enviaron a muchos árabes de Egipto a Gaza, a Jaffa y a otras ciudades. Los judíos que llegaron también en aquellos años a Jaffa dieron lugar al desarrollo de la ciudad.

Existe una polémica entre los historiadores sobre el número de árabes que habitaban en esos años en Palestina, que agrupaba de hecho, varios distritos sujetos a Damasco o Beirut, formando parte del Imperio Otomano. La prueba más importante de la situación antes de la primera aliá es un testimonio que ha caído en el olvido, quizá no por casualidad. Se trata de una delegación de investigadores británicos (The Palestine Exploration Fund), que recorrió la parte occidental de Israel entre 1871 y 1878 y publicó un mapa exacto y auténtico de la población, según el cual el número total de habitantes era de aproximadamente 100.000 personas.

Otra cuestión también controvertida reside en la envergadura de la inmigración árabe a Israel a raíz del sionismo. Winston Churchill dijo en 1939: "A pesar de no ser perseguidos, los árabes fluyeron masivamente hacia esas tierras y se multiplicaron de tal manera que la población árabe creció más de lo que habrían podido sumar todos los judíos del mundo a la población judía".

Durante los años que duró el mandato británico había aquí dos poblaciones: la judía y la árabe. El territorio del mandato original, en virtud de la Declaración Balfour, incluía la ribera oriental del Jordán. La zona, como se ha señalado, estaba escasísimamente poblada. El establecimiento de un hogar para el pueblo judío no representaba injusticia alguna, porque no había aquí un Estado ni había aquí un pueblo. Este era el verdadero fundamento de la Declaración Balfour.

Al mismo tiempo que la ONU se pronunciaba sobre la propuesta de partición, los Estados árabes declararon una guerra de aniquilación contra Israel. El resultado es conocido por todos. La declaración de la guerra implicó que cientos de miles de árabes se vieran obligados a marchar a los países vecinos. Muchos de ellos huyeron. Muchos testificaron que se vieron obligados a salir bajo la presión de los dirigentes. Hubo también quienes fueron expulsados en el fragor de las batallas y la guerra. Unas 600.000 personas se convirtieron en refugiados.

La experiencia vital por la que pasaron los árabes se convirtió en la Nakba, cuya historia se fue inflando con los años. Se convirtieron en los únicos expulsados de todos los países y conflictos. Y no hay mayor mentira que esta. En primer lugar, porque al mismo tiempo sucedía también la Nakba judía: con el mismo telón de fondo, el mismo enfrentamiento, más judíos de países árabes, más de 800.000, fueron desposeídos y expulsados. Ellos no declararon una guerra de aniquilación contra los países de los que procedían. En segundo lugar, y lo que es más importante, más de 50 millones de personas han pasado por la experiencia de los movimientos de población como consecuencia de conflictos nacionalistas o al crearse nuevos Estados-nación. No hay ninguna diferencia entre los árabes de Palestina y los demás refugiados, incluidos los judíos. Solo en la década posterior a la Segunda Guerra Mundial, y solo en Europa, fueron más de 20 millones las personas que pasaron por la experiencia de un movimiento de población. Esto ha sucedido también posteriormente, durante el conflicto entre griegos y turcos en Chipre, entre Armenia y Azerbaiyán, entre los países que se crearon como consecuencia del desmembramiento de Yugoslavia, y en muchas otras zonas de conflicto en el mundo.

Ahora, son solo los palestinos, los únicos entre todos esos grupos, los que ostentan el título de refugiados desde hace más de seis décadas. Ellos han conseguido crear su propia narrativa histórica peculiar. Este mito crece progresivamente incluso con la ayuda de UNRWA, un órgano dedicado exclusivamente a tratar la cuestión de los refugiados palestinos, por separado del resto de los refugiados del mundo. La tragedia es que si los palestinos hubiesen recibido el mismo trato que los otros refugiados por parte de la comunidad internacional, su situación hoy por hoy sería mucho mejor.

En muchos de los debates en los que he participado, he preguntado a mis colegas, defensores de la narrativa palestina, ¿desde cuándo los expulsados que han declarado la guerra, y la han perdido, pueden beneficiarse del "derecho de retorno"? ¿Hay algún grupo de las decenas de grupos, alguna de las decenas de millones de personas que han pasado por la experiencia de la expulsión durante el siglo pasado, que se haya beneficiado del "derecho de retorno" causando con ello la destrucción política de un Estado-nación? Hasta hoy no he recibido respuesta. Porque ese derecho no existe.

La referencia más seria sobre la cuestión del derecho de retorno la encontramos en el Acuerdo de Chipre, a instancias del anterior secretario general Kofi Annan. El acuerdo no reconoce el derecho de retorno, a pesar de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos reconoció los derechos de los peticionarios griegos de la parte turca al retorno y a la devolución de sus bienes. Es decir, no todo precedente legal se puede convertir en una realidad política o de Estado. El acuerdo recibió el beneplácito de la comunidad internacional en general y de la Unión Europea en particular. No es casualidad que los palestinos no mencionen el precedente de Chipre. La razón reside en que el derecho de retorno fue limitado en ese caso, de manera que la mayoría turca se mantuviera siempre en un mínimo del 80%.

Es importante recordar también la Resolución 194 de la ONU, en la que se basan los palestinos. La resolución establece las siguientes condiciones: reconocimiento del Estado judío, que deben producirse las condiciones apropiadas y que los que solicitan regresar deben aceptar vivir en paz con sus vecinos. No hace falta recordar que los palestinos insisten en no reconocer al Estado judío, cosa que deja claro que las condiciones apropiadas no se cumplen.

Una de las alegaciones palestinas es que para resolver el conflicto hay que reconocer la Nakba palestina, y sobre todo la responsabilidad de Israel con respecto al problema de los refugiados. Todo lo contrario: la exageración del mito de la Nakba es lo que retrasa una solución al conflicto. Los palestinos están ocupados en magnificar el problema, inflarlo, exigiendo algo que no tiene precedentes internacionales. Fueron ellos los que se opusieron a la partición. Fueron ellos los que incitaron a la aniquilación. Fueron ellos los que declararon la guerra.

Mientras sigan con el mito de la Nakba, haciendo caso omiso de los hechos fundamentales, no hacen sino eternizar su propio sufrimiento. Y a pesar de todo esto, los palestinos merecen respeto, libertad y también independencia. Pero al lado de Israel. No en lugar de Israel. Y no a través de la Nakba que no es más que un fraude político y un fraude histórico.

Ben Dror Yemini es analista israelí. Una versión más extensa de este artículo se publicó en el diario Maariv el pasado 15 de mayo.
Difusión: http://www.porisrael.org

La falsa comparación de Obama

La falsa comparación de Obama
El Presidente dice que tanto los palestinos como los israelíes sufren, pero no nombra a los culpables – los terroristas árabes.
Hanoch Daum
Ynetnews

Barack Obama es un buen tipo, un tipo que muestra empatía. Está dolido por el sufrimiento de los israelíes, pero también por el sufrimiento de los palestinos.

Para Obama, los padres israelíes que perdieron a sus hijos y los padres palestinos que perdieron a sus hijos son dos lados de la misma ecuación. El conflicto cobra un simétrico y sangriento peaje de ambos lados. Eso es cierto, por supuesto: El dolor que sienten los padres que perdieron a sus hijos es el mismo.

Por lo tanto, de acuerdo con la misma línea de pensamiento, el sufrimiento de los niños que perdieron a sus padres en el desastre del 11 de septiembre, es similar al dolor que sienten los pequeños niños Bin Laden, después de que perdieron a su padre, que fue muerto sin un juicio.

Aunque este dolor es universal, Obama reprime el hecho que, mientras los niños de ambos lados sufren, los culpables se encuentran sólo en un lado de la ecuación.

¿Por qué Obama no tuvo piedad por los niños pequeños de al-Qaeda, cuando ordenó el asesinato de Bin Laden? No es porque no le preocupan los niños, sino más bien, es porque la protección de los ciudadanos estadounidenses es más importante para él.

De la misma exacta manera, Israel también debe proteger a sus propios niños. Cuando impone un bloqueo a la Franja de Gaza, protege a los niños de Sderot, y cuando ataca a las células terroristas protege a los autobuses escolares.
Los niños de Gaza sufren a causa de ello, pero hay una diferencia fundamental entre el sufrimiento de los niños de Gaza y el de los niños de Sderot: los niños de Sderot sufren como consecuencia de la dura y directa beligerancia palestina. Terroristas palestinos están tratando de hacerles daño deliberadamente. Los niños de Gaza, por el contrario, están sufriendo indirectamente, sólo porque Israel tiene que defenderse.

Obama tiene razón al decir que el sufrimiento de los desconsolados padres de Israel está relacionado con el sufrimiento de los desconsolados padres palestinos, pero lo que los vincula es lo siguiente: ambos lados están sufriendo como consecuencia del terrorismo palestino.

http://www.ynetnews.com/articles/0,7340,L-4071435,00.html
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
Difusión: www.porisrael.org

Repitiendo el error de la Nakba

Repitiendo el error de la Nakba
JPost editorial
12/05/2011

En lugar de dedicar tanta energía a subrayar su condición de víctimas, los árabes israelíes y los palestinos harían bien en aprender de sus errores.

Para los árabes israelíes y los palestinos, la creación de Israel fue una "Nakba", una catástrofe. El viernes, los pueblos árabes en todo el país, darán inicio a tres días de conmemoraciones Nakba, con marchas, conferencias y mítines.

Aunque estas ceremonias se celebran cada año, este año es diferente de una manera significativa y positiva. La absurda práctica por la que las organizaciones y los municipios podían utilizar fondos del estado para pagar los eventos Nakba, ha terminado. Una legislación aprobada por el Knesset en marzo, conocida como la "ley Nakba", faculta al Estado a multar a aquellos que financien sus ceremonias de conmemoración con dinero público.

La ley Nakba no tenía por objeto, y no lo hará, evitar que los árabes israelíes, o cualquier otra persona, conmemore del Día de la Independencia de Israel del modo que lo desee, siempre y cuando lo haga pacíficamente. Más bien, la legislación ha puesto fin a la locura según la cual Israel subvenciona actividades que socavan las bases mismas del sionismo, presentándolo falsamente como un movimiento imperialista que se involucró, durante la Guerra de la Independencia, en la limpieza étnica y la transferencia intencional, al por mayor, de la población árabe fuera de las fronteras de Israel.

Sin embargo, aunque es el derecho de los árabes israelíes y los palestinos conmemorar la Nakba de una manera que, no sólo incrimina a los israelíes por delitos que nunca cometieron y también ubica toda la culpa por el fracaso en el movimiento sionista, sino que, el que así lo hagan, es contraproducente y un importante obstáculo para la paz.

Si los palestinos observaran de manera clara y objetiva su comportamiento, en la época de la fundación de Israel, se darían cuenta de que hoy están repitiendo muchos de los mismos errores.

El "Jihadismo" - o el odio al infiel y el deseo de matarlo - en gran medida subyace en el ataque palestino contra el sionismo en el período 1920-1940. El líder del movimiento nacional palestino durante esos años, Haj Amin al-Husseini, fue un clérigo musulmán rabiosamente antisemita con estrechos vínculos con los nazis.

Del mismo modo, hoy en día, muchos palestinos han optado por adoptar la forma más extrema de los líderes islamistas. En las elecciones de 2006 en la Margen Occidental y Gaza, Hamas derrotó al aparentemente secular Fatah. Y el acuerdo de unidad nacional firmado el 7 de mayo en El Cairo, que goza de un amplio apoyo palestino, ha llevado a Hamas - una rabiosamente antisemita organización islamista terrorista, que ha lanzado decenas de ataques suicidas con bombas y miles de proyectiles de mortero y cohetes contra la población civil israelí - de regreso al corazón del liderazgo palestino, con toda su repugnante y reaccionaria gloria.

Fue esta clase de extremismo religioso y de intransigencia la que exacerbó la situación de los palestinos en 1948. En las primeras semanas de la Guerra de la Independencia, por ejemplo, el alcalde de Jaffa, Yousef Heikal, intentó llegar a un acuerdo de no beligerancia con la vecina judía Tel Aviv, para permitir que los cultivos de cítricos se cosecharan y exportaran. Pero Husseini vetó esto y llamó a "la jihad contra los judíos". Como resultado, muchos de los árabes de Jaffa fueron expulsados ​​durante la subsiguiente guerra.

Otra reiterada metedura de pata palestina, en el siglo pasado, ha sido el rechazo de una solución de dos estados.
Se les ofreció sucesivos compromisos - en 1937, la partición de Palestina de la Comisión Peel en un estado judío en sólo el 17 por ciento de la tierra; en 1947, la partición de la ONU y a los árabes obteniendo el 45% de la tierra; y en el año 2000, la partición del Primer Ministro Ehud Barak y el Presidente de EE.UU. Bill Clinton, con los árabes obteniendo un 20%) - los palestinos, consistentemente, dijeron que no. Y cada intransigente rechazo fue acompañado por la violencia y el terrorismo.
En La Guerra de Independencia de 1948, después que rechazaran el plan de partición de la ONU que les habría dado un estado, los palestinos lanzaron una sangrienta ofensiva para evitar la emergencia de un estado judío. Si hubieran ganado la guerra, el resultado habría sido una masiva masacre de judíos, pocos años después de que seis millones de judíos fueran masacrados en el Holocausto.

La violenta, indiferente y poco generosa población árabe de Palestina, en varias ocasiones, trató de destruir toda esperanza de que el pueblo judío regresara a su patria, después de casi dos milenios de exilio y después de sufrir el peor genocidio que haya conocido la humanidad.

Afortunadamente, fracasaron.

El único estado judío del mundo está rodeado por 21 naciones árabes y ha mostrado su voluntad de ayudar a establecer un 22° estado para los palestinos.

Sin embargo, en gran parte debido a su visión distorsionada de la historia - la Nakba es sólo un ejemplo - los palestinos continúan centrándose en su victimización y sufrimiento, ignorando su responsabilidad personal por su situación. Hoy en día, una de las barreras psicológicas cruciales para la paz, es la terca insistencia de los árabes israelíes y los palestinos en ignorar su propio papel en la creación del problema de los refugiados y en la no obtención de la autonomía política palestina.

En lugar de dedicar tanta energía en subrayar su condición de víctimas, los árabes israelíes y los palestinos harían bien en aprender de sus errores. Actualmente, parecen empeñados en repetirlos.

http://www.jpost.com/Opinion/Editorials/Article.aspx?id=220337
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
Difusión: www.porisrael.org